A él le parecía tan hermosa, tan seductora, tan diferente de la gente común, que no podía entender por qué nadie se perturbó tanto como él por el chasquido de sus tacones en los adoquines, por qué el corazón de nadie se volvió loco con la brisa agitada por los suspiros de sus velos, por qué nadie se volvió loco con los movimientos de su trenza, el vuelo de sus manos, el oro de su risa. No se había perdido ni un solo gesto, ni una sola indicación de su carácter, pero no se atrevió a acercarse a ella por miedo a destruir el hechizo
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Gabriel García Márquez

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